Consejo de guerra. Injusticia militar en Navarra (1936-1940). Con este título la editorial Txalaparta ha presentado un nuevo libro sobre Memoria Histórica que supone un nuevo hito en la investigación de la represión salvaje que se abatió sobre Navarra a raíz del golpe de Estado del 18 de Julio de 1936. Su autor, Ricardo Urrizola Hualde, ha investigado en los archivos militares, fundamentalmente en el Archivo de la Comandancia Militar de Navarra, dando cuenta de casi 600 expedientes incoados entre 1936 y 1940 con los que ha elaborado el mapa legal del terror franquista en Navarra durante aquellos años. He aquí algunos enlaces para quienes deseen más información sobre este libro:
Ahotsa.info
En el libro aparecen tres expedientes relacionados con Corella. En uno de ellos se da cuenta de un incidente protagonizado por el soldado "moro" Tuhami Ben Mohamed, que causó la muerte a un sargento del 4º Tabor de Regulares de Tetuán (estas tropas "moras" estaban alojadas en un caserón en el Corrompido). Los otros dos expedientes, que transcribimos a continuación, nos muestran dos ejemplos de lo que otro investigador de la Memoria Histórica, Fernando Mikelarena en su libro Sin piedad: Limpieza política en Navarra, 1936, ha denominado brutalización de la retaguardia, haciendo referencia al clima de violencia reinante en territorios que como el de Navarra estaban alejadas del frente, que por desgracia se manifestó de diversas formas y durante mucho tiempo en Corella.
LINCHAMIENTO
Sobre las diez de la noche del 9 de abril de 1939 llegaba a Corella el vecino Manuel Muñoz Escribano, El Taratita, proveniente del campo de concentración Santa María de Huerta, en Levante. Quería entrar al pueblo «por donde fuese menos visto» pero no lo consiguió. Unos vecinos, al verle aparecer «se echaron sobre él golpeándole y llevándole así por toda la calle Mayor hasta la plaza del Ayuntamiento, donde debido al linchamiento de que fue objeto cayó a tierra dejándole como muerto. Recogido que fue poco después por orden del señor alcalde, fue conducido en una camilla al Hospital, donde fue asistido por el médico militar Sr. Vitrian». Al día siguiente los médicos redactaron el parte: «presenta heridas contusas en la cabeza (región frontal) y región molar (lado izquierdo) con voluminosos hematomas; fractura incompleta de la rama derecha del maxilar inferior y magullamiento en ambos brazos con ligera conmoción cerebral; pronóstico menos grave».
Días después, el 22 de abril, Manuel hacía un pormenorizado relato de lo que le había sucedido: «venía del campo de concentración con un salvoconducto que le extendieron en el mencionado campo para que se presentase en el cuartel de la Guardia Civil de esta plaza, que el mencionado salvoconducto no lo tiene por habérselo recogido la Guardia Civil, sin poder precisar quién ni qué clase por encontrarse ligeramente conmocionado; que venía para ser puesto en libertad si ante la Guardia Civil le avalaban dos o tres personas solventes y de sana conducta; que cuando se dirigía camino de la estación a casa de su madre le dijo una chiquilla que su madre no estaba en casa, por lo cual resolvió encaminarse a casa de una prima hermana suya a fin de comer algo hasta que viniera su madre a casa; que cuando se hallaba comiendo se presentaron en casa de su prima un tío suyo, llamado Críspulo Muñoz, y otro llamado Ignacio, que vive en compañía de su tío, y que poco después le avisaron de que había llegado su madre, por lo que decidió, una vez terminado de comer, dirigirse a su casa, a lo que le acompañaron los individuos anteriormente mencionados, su prima llamada Mariana Muñoz y otras dos o tres mujeres más que no pudo precisar quienes fueron; que al poco tiempo de salir de casa de su prima le salieron al encuentro dos paisanos, llamado uno Pedro, alias Bulco el pequeño, y Luis Arnedo, los cuales le mandaron de malas maneras echar las manos arriba y haciéndole caminar unos veinte o treinta pasos hasta llevarlo a un grupo de unos veintitantos paisanos, momento en que empezaron a sacudirle golpes todos los del grupo, así como los que le llevaron; que entre los que le pegaban reconoció a uno que le apodan Rosillas y otro apodado también Piruli de bastante edad; que desde el momento que se lo llevaron no volvió a ver a su tío y acompañantes porque ya venían detrás desde el momento en que habían salido de la casa; que de esta manera, pegándole, le fueron llevando hasta la plaza del ayuntamiento donde ya perdió el conocimiento por lo que no puede precisar más detalles; que después se encontró hospitalizado en el de San José de esta plaza donde le curaron de las heridas».
Pedro Eraso, Bulco el pequeño, de 40 años, dio también su versión de los hechos: «la noche del suceso iba en compañía de un amigo suyo llamado Luis Arnedo con intención de entrar en la taberna a beber algo, pero viendo que hacía buena noche y era algo temprano acordaron dar antes algunas vueltas por el pueblo; que cuando así hacían vieron que en dirección contraria a ellos venía, en compañía de algún otro, un hombre, Manuel Muñoz, individuo de pésimos antecedentes políticos, desertor de un batallón de trabajadores al campo enemigo y autor de la quema de una cosecha recogida propiedad de varios vecinos, por lo que acordaron (creyendo se había vuelto a escapar del campo de concentración donde últimamente se hallaba) detenerlo para entregárselo a la Guardia Civil, como así lo hicieron sin oposición del tal Muñoz, marchando con él unos setecientos metros, pues en ese instante y a esa distancia del lugar donde le mandaron que les acompañase, empezaron a aparecer grupos de paisanos de todas clases en gran número, en actitud francamente hostil contra él, insultándolo e intentando pegarle, y viendo entonces que el ambiente se ponía feo, sin poder ellos evitarlo, agrupándose cada vez más gente con las mismas intenciones, se marchó al bar España en compañía de Luis Arnedo donde tomaron unas cervezas, hasta la hora de marcharse a sus casas, que fue a los pocos momentos, no volviendo a salir en toda la noche, por lo que no pudo enterarse en ese día de más detalles».
El juez militar preguntó a Pedro Eraso si recordaba la identidad de algunos de los agresores, a lo que respondía «que no, pues se trataba de un gran número de vecinos, más de trescientos, no viendo que uno determinado le pegase».
El alcalde de Corella, Entique Mateo, de 47 años, también tuvo que declarar ante el juez. Después de manifestar que el vecino agredido era, a su parecer, «individuo de muy malos antecedentes político-sociales y poco querido en el pueblo», relataba cómo se enteró del linchamiento: «se encontraba en su casa cuando recibió aviso por un alguacil de que un gran número de vecinos del pueblo trataban de linchar al tal Escribano que acababa de aparecer en él sin saber de dónde, aunque sabían que estaba prisionero por haberse pasado al campo enemigo; que cuando salió para tratar de impedirlo, después de haber dado a los municipales órdenes en este sentido, se lo encontró tendido en el suelo y herido en la plaza del ayuntamiento; que con él estaba el médico civil don Marcelino Serrano, quien le reconoció, no atreviéndose a actuar más directamente sin que lo hiciera el médico militar por tratarse de un soldado; que cuando llegó el médico militar ordenó se le condujese en una camilla al Hospital, como así se hizo, estando él presente y acompañándolos hasta dicho establecimiento para evitar complicaciones».
Pantaleón Bermejo Piruli, de 60 años, y Félix Delgado Rosillas, de 50, negaron haber participado en el linchamiento. El primero aseguraba que esa noche no había salido de casa y el segundo, aunque reconocía que estuvo presente cuando se formó el grupo, afirmaba que «viendo que la cosa se ponía fea no quiso meterse en líos y entró en el café donde tomó una copa, marchando seguidamente para su casa acostándose inmediatamente».
Otros interrogados fueron los familiares del agredido. Críspulo Muñoz, de 56 años, tío segundo de Manuel, declaraba que la tarde noche en que sucedieron los hechos fue avisado por un vecino de que su sobrino había llegado al pueblo y que estaba en casa de Mariana Sanz. Fue hacia allí «para verlo y acompañarlo a casa de su madre, mujer ya anciana, que se encontraba en cama». Cuando llegó, Manuel estaba cenando; «una vez que hubo terminado salieron él y su sobrino, su prima y un cuñado del tío llamado Ignacio (estos se quedaron detrás cerrando la puerta) en dirección a la casa de la madre del referido Manuel Escribano; que cuando se encontraban a alguna distancia de las casa de la prima se acercaron dos paisanos, vecinos del pueblo, que conoció eran Pedro Eraso y Luis Arnedo, los cuales le ordenaron se detuviera y pusiera las manos en alto, invitándole a que les acompañase; que poco después comenzaron a acercarse vecinos del pueblo en actitud amenazadora contra el Manuel Muñoz, no pudiendo apreciar lo que con él harían después, toda vez que cuando se lo llevaban consigo, se quedó atrás el declarante marchándose poco después a su casa». Esta decisión de quedarse atrás la tomó «por temer se metieran con él también, como tío suyo que era, toda vez que temía y presentía lo que ocurrió por la inquina que contra el sobrino tenían los del pueblo, por ser de ideas izquierdistas y saber que se había pasado al campo enemigo durante la campaña pasada siendo soldado del Ejército Nacional, siendo después hecho prisionero, por lo que se hallaba en un campo de concentración».
El 15 de febrero de 1941, dos años después de los hechos, el juez instructor del caso redactó un auto con el que daba fin a la investigación. Manuel, mientras tanto, se encontraba en la prisión de San Juan de Mozarrifar (Zaragoza) cumpliendo una condena de 30 años de prisión. Las conclusiones del juez fueron las siguientes: «se desprende acreditada en autos la existencia del linchamiento de que fue objeto el Manuel Muñoz, si bien no pudiéndose definir la persona responsable, por cuanto en nuestro criterio fue más bien la exaltación de los mozos del pueblo, de ardiente y probado fervor patriótico, quienes casi en masa hicieron al Muñoz objeto de sus represalias merecidas por su conducta antiespañola y anticiudadana. Los antecedentes del grupo de los linchadores que pudieran presumirse en el presente procedimiento son inmejorables y por ello nos inclinamos en nuestro enjuiciamiento a considerar los hechos fruto de la natural indignación ante la presencia de un extremista calificado con ínfimos antecedentes como era el Muñoz Escribano, y de consiguiente, habida cuenta de que el linchamiento dejó al repetido Muñoz en condiciones de utilidad y capacitación para el trabajo y servicio y que aquel no tiene ejecutores probados y los presumibles son de óptimas referencias, es por cuanto elevamos lo actuado a a la superior autoridad de Vd. con nuestro humilde parecer de que si a ello hubiere lugar en el más docto y leal enjuiciamiento de Vd. se digne decretar el sobreseimiento de esta responsabilidad a nuestro juicio intrascendente». El caso se cerró el 20 de marzo de 1941, sin que nadie fuese condenado por la agresión.
ACMN (Archivo de la Comandancia Militar de Navarra); Leg. 9, orden 594
UN PUÑETAZO EN EL HOSPITAL
A las doce de la noche del 26 de octubre de 1938, Antonio Vitrian, director del hospital militar de Corella, acudía de urgencia a su puesto de trabajo. Al llegar le comunicaron que horas antes «el soldado hospitalizado Félix Vázquez, natural de Sevilla, había hecho manifestaciones en contra del Movimiento Nacional, del Gobierno del Estado Español y del Excelentísimo Señor General don Gonzalo Queipo de Llano»
El corellano Miguel Ángel Gil, perteneciente a la 4ª Bandera de Falange, relataba al director que esa tarde, mientras hablaba con una enfermera sobre el «discurso del Excelentísimo Señor Ministro de Agricultura», el soldado Félix Vázquez cogió el periódico y dijo que «todo aquello era papel y tinta y que estaba muy lejos de cumplirse» y que «la retirada de voluntarios era iniciativa de Mussolini y no del Caudillo». Acto seguido, Félix salió de la sala. Miguel Ángel, «extrañado por las declaraciones del soldado, se levantó de la cama y fue en su busca para ver si lograba saber con certeza su ideología política». Miguel Ángel preguntó a Félix sobre medicina, pero luego se pasó a temas estudiantiles y políticos. Entonces, según afirmaba Miguel Ángel, Félix dijo «que le era lo mismo, como estudiante, pertenecer a Falange que a la CNT o a la UGT, que el caso era armar follón y que en Madrid no había más que veinte o treinta falangistas; (...) que el General Queipo de Llano era un borracho y un agitador de masas y que los hombres que formaban el Gobierno Nacional no tenían talla para gobernar». Tras escuchar estas manifestaciones, Miguel Ángel fue en busca de otro soldado de Corella, Andrés Sesma, a quien comentó lo que había escuchado. Los dos salieron en busca del soldado y tras unos minutos hablando con él manifestó, según los corellanos, que «la sangre de los Caídos era estéril, que él había estado en Cintruénigo y que las izquierdas de ese pueblo no se abstenían de decir que la guerra la tenían perdida, pero que el triunfo sería de ellos» y que «todos los navarros eran unos fanfarrones». Andrés Sesma, con «un hermano muerto en campaña», al oír las palabras de Félix le dijo: «¿de modo que la sangre de mi hermano es estéril?» y a continuación «se abalanzó sobre él para agredirle, lo que impidieron las Hermanas de la Caridad y los sanitarios, quedando cortado el incidente».
Después de cenar Miguel Ángel aseguraba que «recapacitó sobre las manifestaciones hechas por el soldado Félix Vázquez en contra de los navarros y del Gobierno Nacional y llamando al soldado Andrés Sesma, fueron ambos a la sala en la que dormía el mencionado soldado para pegarle; una vez dentro de la sala el declarante intentó agredir con el bastón al soldado pero lo impidió el sargento don Aurelio García Bigotes, que se encontraba en la sala, diciendo que como sargento no quería que hubiera jaleos y que él era responsable. El declarante le dijo al sargento que el soldado Félix Vázquez había hecho manifestaciones en contra del Gobierno Nacional y del Movimiento y que por lo tanto se extrañaba se opusiese a que le pegase. El sargento contestó al declarante que no quería que se armase jaleo en la sala y que de las manifestaciones hechas por el soldado Félix Vázquez se arreglarían después; (...) en vista de que no había logrado su propósito de pegarle, el declarante y el Andrés Sesma se marcharon a dormir. Al día siguiente el declarante, Andrés Sesma y otros hospitalizados se reunieron para ver la forma de pegarle la soldado Félix Vázquez. Por la tarde de este mismo día se dirigió el declarante y los demás a la sala donde estaba el mencionado soldado para darle una paliza pero no fue posible porque las Hermanas y los sanitarios lo impidieron encerrando a dicho soldado en una habitación hasta que vino el director del Hospital quien puso al soldado Félix Vázquez a disposición del Comandante Militar de la plaza».
Andrés Sesma, en su declaración ante el juez, añadía que Félix también había dicho que «la iglesia era un mito, que los señoritos iban a la iglesia a exhibirse y ver a las señoritas y sus trajes» y que cuando ya por la noche Miguel Ángel Gil pretendía agredir al soldado Félix, él le dijo: «¡pégale que aquí estoy yo!, y acto seguido se abalanzó sobre el soldado y le dio un puñetazo, no consiguiendo pegarle más porque se interpuso el sargento don Aurelio García Bigotes». Afirmaba que cuando al día siguiente fueron a agredir de nuevo a Félix, «le llamó una Hermana de la Caridad para que fuera a acompañar a un sacerdote, y que una vez hubo acompañado al sacerdote volvió otra vez al hospital y se encontró con que al soldado Félix Vázquez lo habían encerrado las Hermanas en una sala con objeto de que no le pegasen».
El 20 de febrero de 1939 Félix Vázquez fue condenado a ocho años y un día de prisión por un delito de «excitación a la rebelión».
ACMN; Leg. 48, orden 2569
En el libro aparecen tres expedientes relacionados con Corella. En uno de ellos se da cuenta de un incidente protagonizado por el soldado "moro" Tuhami Ben Mohamed, que causó la muerte a un sargento del 4º Tabor de Regulares de Tetuán (estas tropas "moras" estaban alojadas en un caserón en el Corrompido). Los otros dos expedientes, que transcribimos a continuación, nos muestran dos ejemplos de lo que otro investigador de la Memoria Histórica, Fernando Mikelarena en su libro Sin piedad: Limpieza política en Navarra, 1936, ha denominado brutalización de la retaguardia, haciendo referencia al clima de violencia reinante en territorios que como el de Navarra estaban alejadas del frente, que por desgracia se manifestó de diversas formas y durante mucho tiempo en Corella.
LINCHAMIENTO
Sobre las diez de la noche del 9 de abril de 1939 llegaba a Corella el vecino Manuel Muñoz Escribano, El Taratita, proveniente del campo de concentración Santa María de Huerta, en Levante. Quería entrar al pueblo «por donde fuese menos visto» pero no lo consiguió. Unos vecinos, al verle aparecer «se echaron sobre él golpeándole y llevándole así por toda la calle Mayor hasta la plaza del Ayuntamiento, donde debido al linchamiento de que fue objeto cayó a tierra dejándole como muerto. Recogido que fue poco después por orden del señor alcalde, fue conducido en una camilla al Hospital, donde fue asistido por el médico militar Sr. Vitrian». Al día siguiente los médicos redactaron el parte: «presenta heridas contusas en la cabeza (región frontal) y región molar (lado izquierdo) con voluminosos hematomas; fractura incompleta de la rama derecha del maxilar inferior y magullamiento en ambos brazos con ligera conmoción cerebral; pronóstico menos grave».
Días después, el 22 de abril, Manuel hacía un pormenorizado relato de lo que le había sucedido: «venía del campo de concentración con un salvoconducto que le extendieron en el mencionado campo para que se presentase en el cuartel de la Guardia Civil de esta plaza, que el mencionado salvoconducto no lo tiene por habérselo recogido la Guardia Civil, sin poder precisar quién ni qué clase por encontrarse ligeramente conmocionado; que venía para ser puesto en libertad si ante la Guardia Civil le avalaban dos o tres personas solventes y de sana conducta; que cuando se dirigía camino de la estación a casa de su madre le dijo una chiquilla que su madre no estaba en casa, por lo cual resolvió encaminarse a casa de una prima hermana suya a fin de comer algo hasta que viniera su madre a casa; que cuando se hallaba comiendo se presentaron en casa de su prima un tío suyo, llamado Críspulo Muñoz, y otro llamado Ignacio, que vive en compañía de su tío, y que poco después le avisaron de que había llegado su madre, por lo que decidió, una vez terminado de comer, dirigirse a su casa, a lo que le acompañaron los individuos anteriormente mencionados, su prima llamada Mariana Muñoz y otras dos o tres mujeres más que no pudo precisar quienes fueron; que al poco tiempo de salir de casa de su prima le salieron al encuentro dos paisanos, llamado uno Pedro, alias Bulco el pequeño, y Luis Arnedo, los cuales le mandaron de malas maneras echar las manos arriba y haciéndole caminar unos veinte o treinta pasos hasta llevarlo a un grupo de unos veintitantos paisanos, momento en que empezaron a sacudirle golpes todos los del grupo, así como los que le llevaron; que entre los que le pegaban reconoció a uno que le apodan Rosillas y otro apodado también Piruli de bastante edad; que desde el momento que se lo llevaron no volvió a ver a su tío y acompañantes porque ya venían detrás desde el momento en que habían salido de la casa; que de esta manera, pegándole, le fueron llevando hasta la plaza del ayuntamiento donde ya perdió el conocimiento por lo que no puede precisar más detalles; que después se encontró hospitalizado en el de San José de esta plaza donde le curaron de las heridas».
Pedro Eraso, Bulco el pequeño, de 40 años, dio también su versión de los hechos: «la noche del suceso iba en compañía de un amigo suyo llamado Luis Arnedo con intención de entrar en la taberna a beber algo, pero viendo que hacía buena noche y era algo temprano acordaron dar antes algunas vueltas por el pueblo; que cuando así hacían vieron que en dirección contraria a ellos venía, en compañía de algún otro, un hombre, Manuel Muñoz, individuo de pésimos antecedentes políticos, desertor de un batallón de trabajadores al campo enemigo y autor de la quema de una cosecha recogida propiedad de varios vecinos, por lo que acordaron (creyendo se había vuelto a escapar del campo de concentración donde últimamente se hallaba) detenerlo para entregárselo a la Guardia Civil, como así lo hicieron sin oposición del tal Muñoz, marchando con él unos setecientos metros, pues en ese instante y a esa distancia del lugar donde le mandaron que les acompañase, empezaron a aparecer grupos de paisanos de todas clases en gran número, en actitud francamente hostil contra él, insultándolo e intentando pegarle, y viendo entonces que el ambiente se ponía feo, sin poder ellos evitarlo, agrupándose cada vez más gente con las mismas intenciones, se marchó al bar España en compañía de Luis Arnedo donde tomaron unas cervezas, hasta la hora de marcharse a sus casas, que fue a los pocos momentos, no volviendo a salir en toda la noche, por lo que no pudo enterarse en ese día de más detalles».
El juez militar preguntó a Pedro Eraso si recordaba la identidad de algunos de los agresores, a lo que respondía «que no, pues se trataba de un gran número de vecinos, más de trescientos, no viendo que uno determinado le pegase».
El alcalde de Corella, Entique Mateo, de 47 años, también tuvo que declarar ante el juez. Después de manifestar que el vecino agredido era, a su parecer, «individuo de muy malos antecedentes político-sociales y poco querido en el pueblo», relataba cómo se enteró del linchamiento: «se encontraba en su casa cuando recibió aviso por un alguacil de que un gran número de vecinos del pueblo trataban de linchar al tal Escribano que acababa de aparecer en él sin saber de dónde, aunque sabían que estaba prisionero por haberse pasado al campo enemigo; que cuando salió para tratar de impedirlo, después de haber dado a los municipales órdenes en este sentido, se lo encontró tendido en el suelo y herido en la plaza del ayuntamiento; que con él estaba el médico civil don Marcelino Serrano, quien le reconoció, no atreviéndose a actuar más directamente sin que lo hiciera el médico militar por tratarse de un soldado; que cuando llegó el médico militar ordenó se le condujese en una camilla al Hospital, como así se hizo, estando él presente y acompañándolos hasta dicho establecimiento para evitar complicaciones».
Pantaleón Bermejo Piruli, de 60 años, y Félix Delgado Rosillas, de 50, negaron haber participado en el linchamiento. El primero aseguraba que esa noche no había salido de casa y el segundo, aunque reconocía que estuvo presente cuando se formó el grupo, afirmaba que «viendo que la cosa se ponía fea no quiso meterse en líos y entró en el café donde tomó una copa, marchando seguidamente para su casa acostándose inmediatamente».
Otros interrogados fueron los familiares del agredido. Críspulo Muñoz, de 56 años, tío segundo de Manuel, declaraba que la tarde noche en que sucedieron los hechos fue avisado por un vecino de que su sobrino había llegado al pueblo y que estaba en casa de Mariana Sanz. Fue hacia allí «para verlo y acompañarlo a casa de su madre, mujer ya anciana, que se encontraba en cama». Cuando llegó, Manuel estaba cenando; «una vez que hubo terminado salieron él y su sobrino, su prima y un cuñado del tío llamado Ignacio (estos se quedaron detrás cerrando la puerta) en dirección a la casa de la madre del referido Manuel Escribano; que cuando se encontraban a alguna distancia de las casa de la prima se acercaron dos paisanos, vecinos del pueblo, que conoció eran Pedro Eraso y Luis Arnedo, los cuales le ordenaron se detuviera y pusiera las manos en alto, invitándole a que les acompañase; que poco después comenzaron a acercarse vecinos del pueblo en actitud amenazadora contra el Manuel Muñoz, no pudiendo apreciar lo que con él harían después, toda vez que cuando se lo llevaban consigo, se quedó atrás el declarante marchándose poco después a su casa». Esta decisión de quedarse atrás la tomó «por temer se metieran con él también, como tío suyo que era, toda vez que temía y presentía lo que ocurrió por la inquina que contra el sobrino tenían los del pueblo, por ser de ideas izquierdistas y saber que se había pasado al campo enemigo durante la campaña pasada siendo soldado del Ejército Nacional, siendo después hecho prisionero, por lo que se hallaba en un campo de concentración».
El 15 de febrero de 1941, dos años después de los hechos, el juez instructor del caso redactó un auto con el que daba fin a la investigación. Manuel, mientras tanto, se encontraba en la prisión de San Juan de Mozarrifar (Zaragoza) cumpliendo una condena de 30 años de prisión. Las conclusiones del juez fueron las siguientes: «se desprende acreditada en autos la existencia del linchamiento de que fue objeto el Manuel Muñoz, si bien no pudiéndose definir la persona responsable, por cuanto en nuestro criterio fue más bien la exaltación de los mozos del pueblo, de ardiente y probado fervor patriótico, quienes casi en masa hicieron al Muñoz objeto de sus represalias merecidas por su conducta antiespañola y anticiudadana. Los antecedentes del grupo de los linchadores que pudieran presumirse en el presente procedimiento son inmejorables y por ello nos inclinamos en nuestro enjuiciamiento a considerar los hechos fruto de la natural indignación ante la presencia de un extremista calificado con ínfimos antecedentes como era el Muñoz Escribano, y de consiguiente, habida cuenta de que el linchamiento dejó al repetido Muñoz en condiciones de utilidad y capacitación para el trabajo y servicio y que aquel no tiene ejecutores probados y los presumibles son de óptimas referencias, es por cuanto elevamos lo actuado a a la superior autoridad de Vd. con nuestro humilde parecer de que si a ello hubiere lugar en el más docto y leal enjuiciamiento de Vd. se digne decretar el sobreseimiento de esta responsabilidad a nuestro juicio intrascendente». El caso se cerró el 20 de marzo de 1941, sin que nadie fuese condenado por la agresión.
ACMN (Archivo de la Comandancia Militar de Navarra); Leg. 9, orden 594
UN PUÑETAZO EN EL HOSPITAL
A las doce de la noche del 26 de octubre de 1938, Antonio Vitrian, director del hospital militar de Corella, acudía de urgencia a su puesto de trabajo. Al llegar le comunicaron que horas antes «el soldado hospitalizado Félix Vázquez, natural de Sevilla, había hecho manifestaciones en contra del Movimiento Nacional, del Gobierno del Estado Español y del Excelentísimo Señor General don Gonzalo Queipo de Llano»
El corellano Miguel Ángel Gil, perteneciente a la 4ª Bandera de Falange, relataba al director que esa tarde, mientras hablaba con una enfermera sobre el «discurso del Excelentísimo Señor Ministro de Agricultura», el soldado Félix Vázquez cogió el periódico y dijo que «todo aquello era papel y tinta y que estaba muy lejos de cumplirse» y que «la retirada de voluntarios era iniciativa de Mussolini y no del Caudillo». Acto seguido, Félix salió de la sala. Miguel Ángel, «extrañado por las declaraciones del soldado, se levantó de la cama y fue en su busca para ver si lograba saber con certeza su ideología política». Miguel Ángel preguntó a Félix sobre medicina, pero luego se pasó a temas estudiantiles y políticos. Entonces, según afirmaba Miguel Ángel, Félix dijo «que le era lo mismo, como estudiante, pertenecer a Falange que a la CNT o a la UGT, que el caso era armar follón y que en Madrid no había más que veinte o treinta falangistas; (...) que el General Queipo de Llano era un borracho y un agitador de masas y que los hombres que formaban el Gobierno Nacional no tenían talla para gobernar». Tras escuchar estas manifestaciones, Miguel Ángel fue en busca de otro soldado de Corella, Andrés Sesma, a quien comentó lo que había escuchado. Los dos salieron en busca del soldado y tras unos minutos hablando con él manifestó, según los corellanos, que «la sangre de los Caídos era estéril, que él había estado en Cintruénigo y que las izquierdas de ese pueblo no se abstenían de decir que la guerra la tenían perdida, pero que el triunfo sería de ellos» y que «todos los navarros eran unos fanfarrones». Andrés Sesma, con «un hermano muerto en campaña», al oír las palabras de Félix le dijo: «¿de modo que la sangre de mi hermano es estéril?» y a continuación «se abalanzó sobre él para agredirle, lo que impidieron las Hermanas de la Caridad y los sanitarios, quedando cortado el incidente».
Después de cenar Miguel Ángel aseguraba que «recapacitó sobre las manifestaciones hechas por el soldado Félix Vázquez en contra de los navarros y del Gobierno Nacional y llamando al soldado Andrés Sesma, fueron ambos a la sala en la que dormía el mencionado soldado para pegarle; una vez dentro de la sala el declarante intentó agredir con el bastón al soldado pero lo impidió el sargento don Aurelio García Bigotes, que se encontraba en la sala, diciendo que como sargento no quería que hubiera jaleos y que él era responsable. El declarante le dijo al sargento que el soldado Félix Vázquez había hecho manifestaciones en contra del Gobierno Nacional y del Movimiento y que por lo tanto se extrañaba se opusiese a que le pegase. El sargento contestó al declarante que no quería que se armase jaleo en la sala y que de las manifestaciones hechas por el soldado Félix Vázquez se arreglarían después; (...) en vista de que no había logrado su propósito de pegarle, el declarante y el Andrés Sesma se marcharon a dormir. Al día siguiente el declarante, Andrés Sesma y otros hospitalizados se reunieron para ver la forma de pegarle la soldado Félix Vázquez. Por la tarde de este mismo día se dirigió el declarante y los demás a la sala donde estaba el mencionado soldado para darle una paliza pero no fue posible porque las Hermanas y los sanitarios lo impidieron encerrando a dicho soldado en una habitación hasta que vino el director del Hospital quien puso al soldado Félix Vázquez a disposición del Comandante Militar de la plaza».
Andrés Sesma, en su declaración ante el juez, añadía que Félix también había dicho que «la iglesia era un mito, que los señoritos iban a la iglesia a exhibirse y ver a las señoritas y sus trajes» y que cuando ya por la noche Miguel Ángel Gil pretendía agredir al soldado Félix, él le dijo: «¡pégale que aquí estoy yo!, y acto seguido se abalanzó sobre el soldado y le dio un puñetazo, no consiguiendo pegarle más porque se interpuso el sargento don Aurelio García Bigotes». Afirmaba que cuando al día siguiente fueron a agredir de nuevo a Félix, «le llamó una Hermana de la Caridad para que fuera a acompañar a un sacerdote, y que una vez hubo acompañado al sacerdote volvió otra vez al hospital y se encontró con que al soldado Félix Vázquez lo habían encerrado las Hermanas en una sala con objeto de que no le pegasen».
El 20 de febrero de 1939 Félix Vázquez fue condenado a ocho años y un día de prisión por un delito de «excitación a la rebelión».
ACMN; Leg. 48, orden 2569