En el verano de 1936, una ola de terror sacudió Corella y las
tierras de la Ribera. Las órdenes del general Mola, sublevado contra la
legalidad demócratica representada por la República, fueron explícitas:
"Hay que sembrar el terror... hay que dejar sensación de dominio
eliminando sin escrúpulos ni vacilación a todos los que no piensen como
nosotros" (19-VII-36). Éste es el relato de cómo se cumplieron aquellas
órdenes en Corella, tal como está recogido en el libro "Navarra 1936 De
la esperanza al terror" publicado en 1986 por Altaffaylla Kultur Taldea:
El
mismo 18 de julio celebra el Ayuntamiento republicano su última sesión.
Curiosamenie, quizás por los nervios del secretario, en el acta
aparecen los únicos borrones de un libro intachable. Ese día las
izquierdas se mantienen en sus puestos, en torno al Centro Obrero y al
de Alianza Republicana. En la Juventud Católica y la Mutual Católica
Obrera, se ultimaban los detalles de la sublevación. El día 19 al punto
de la mañana numerosos requetés, con un teniente y varios números de la
Guardia Civil de Tudela, proceden a ocupar el Ayuntamiento (donde se da
cierta resistencia por parte de los funcionarios), los centros obreros y
las tabernas de Enrique Giménez “Mechas”, y Antonio Escribano “Tolo”,
lugar de encuentro habitual de las izquierdas. Un cura de San Miguel,
Don Lucio, se encontraba repartiendo armas y monos de color azul a los
que se incorporaban a la sublevación. Alrededor de 40 vecinos son
detenidos y obligados a tumbarse en medio de la plaza. Cuatro jóvenes
intentaron resistir en casa del alcalde, hiriendo a un requeté y
resultando heridos; dos de ellos fueron acribillados en la misma camilla
donde los transportaba la Cruz Roja. Eran lgnacio López, secretario de
UGT, y Fermín Lázaro, de Juventudes Socialistas. Otro herido, Gregorio
López, fue conducido a Pamplona y Jesús Andiano consiguió escapar y
llegar a pie hasta Cataluña donde se incorporó a las filas republicanas.
Durante el tiroteo una mujer de 14 años fue herida de bala en un
costado por los sublevados.
Todo
el mobiliario, carteles y archivo de los centros de izquierda fueron
pasto de las llamas en medio de la calle. La CNT, sin embargo, había
conseguido esconder de víspera todos sus archivos, que no serían
encontrados.
Ese
mismo día se constituye el nuevo Ayuntamiento “revolucionario”. Al
ocupar la alcaldía José A. Abadía comunica que “triunfante por fortuna
en esta localidad el movimiento revolucionario tendente a restablecer el
orden, la paz de los espíritus, el principio de autoridad y el imperio
de la ley, el comité organizador integrado por representantes de todos
los partidos del bloque de derechas asume en estos momentos la máxima
autoridad”.
A
continuación se comunica que han sido encarcelados la mayoría de los
funcionarios armados del municipio “y, como los que quedan no merecen en
absoluto la confianza por ser extremistas o marxistas” acuerdan la
destitución de todos los funcionarios y la elección de los sustitutos.
En total, cinco alguaciles, ocho guardas de campo y siete empleados.
Sobre
Abadía, médico recientemente instalado en Corella, y nuevo alcalde,
recayó la responsabilidad del “manten¡m¡ento del orden”, “el imperio de
la ley” y la “paz de los espíritus”, a los que se refirió en su toma de
posesión, conseguidos mediante el asesinato de casi un centenar de
corellanos. Enrique Mateos, Cirilo Arellano, Eduardo Lasantas, José
Virto, Cecilio Arellano y otros constituían la autoridad municipal.
lgnacio Sanz, Ramón Latasa, José Guinea, José González y otros
significados fascistas la impusieron en la calle.
Repleta
la cárcel de la ciudad, los detenidos eran hacinados en un cuarto de la
casa del Marqués de Bajamar, sin agua, retrete ni camas. En la cárcel
de Tudela constan ingresados 87 corellanos, entre el 19 de julio y el 10
de octubre. Durante los meses siguientes los matones intentaron
contínuas sacas de las cárceles. A veces fueron obstaculizados por
algunos guardianes aunque les bastaba esperar el relevo de la guardia
para llevar a cabo sus propósitos. Unos conocidos fascistas llegaron el
25 de julio, por la calleja de atrás, hasta las rejas del cuarto donde
se hallaba preso el concejal y juez de paz Ricardo Campos, rociándole
con gasolina y prendiéndole fuego. El “Diario de Navarra” informó
desvergonzadamente “que el vecino se había suicidado dando fuego al
pajar del suelo”.
Las
iras se cebaron en los empleados municipales republicanos. Al día
siguiente de la horrible muerte del concejal, salieron de la cárcel de
Tudela con “libertad provisional” el alcalde Antonio Moreno y los
empleados Víctor Muñoz, Enrique Giménez, Manuel Marcilla -padre de cinco
hijos-, Juan Arellano, Benito Sanz, Emilio Sanz y Emiliano Martínez.
Fueron fusilados por varios guardias civiles y voluntarios de Corella en
las Bardenas y llevados en un camión al cementerio de Tudela.
El
día 2 de agosto detienen a 8 hombres, la mayoría de los cuales habían
estado presos en Tudela. Simularon trasladarlos a Pamplona pero fueron
fusilados en el Carrascal. Eran Nicolás Sanz y Pedro Giménez, tesorero y
secretario de Juventudes Socialistas, José Sesma “Roseta”, Pío Fraguas,
Cesáreo Martínez “Chaparro”, Simón Segura “Iñigo”, Marcos Ruiz y
Eusebio Navarro. Victoriano López consta muerto en Carrascal con
posterioridad. Al día siguiente llevan otro grupo de seis hombres hasta
Alfaro donde antes de ser asesinados, fueron atrozmente torturados
clavándoles leznas y agujas, según declaración de un testigo. Entre los
muertos estaban Francisco lgea “Calahorrilla”, Juan Sanz, Pedro Ruiz y
Diego Blázquez. Julio Ayala “Chano” quedó con vida tras el fusilamiento.
Al incorporarse, vio al “Calahorrilla” sentado, vivo todavía, aunque
herido de muerte. El “Chano” pudo llegar a casa de su madre donde curó
de sus heridas y salvó la vida tras permanecer escondido durante tres
años.
Seis
días después, el 8 de agosto, nueva saca de la cárcel de Tudela, con
destino a Pamplona. Asombra la facilidad e impunidad con que los matones
de Corella se llevaban a los detenidos, dependientes como estaban de la
autoridad militar. Las sacas necesitaban autorizaciones y los
responsables las otorgaban con fría generosidad. Corella es ejemplo
claro de que las matanzas no fueron fruto de venganzas personales por
parte de algunos “incontrolados”. Respondían a un plan perfectamente
elaborado.
En
esta ocasión mataron en Ballariain a Bernardino Sanz “Corujada”,
Nicolás Martínez, Félix Juan Giménez y Valentín Arellano. Con ellos
murió Jacinto Yanguas, alcalde de Fitero. El mismo día fue muerto Angel
Mateo. El 11 de agosto asesinaron a Gregorio Gómez y el 12 a Dionisio
Ríos, preso en Tudela. El día 15, cuando todos los pueblos celebraban la
festividad de la Virgen, en Corella tuvo lugar la mayor matanza llevada
a cabo hasta entonces: 27 corellanos fueron sacados de la cárcel, junto
con tres de Fitero, conducidos al cementerio de Milagro y fusilados
junto a sus paredes. Al sacarlos de la prisión, cortaron las manos a uno
que se agarraba desesperadamente negándose a salir. Un cura, Bernardo
Catalán, decía a los condenados: “Estad tranquilos porque hoy estareis
cenando con Dios”. Los fueron matando entre bromas y golpes.
Félix
Liroz, Pedro León “Espadador” y Anselmo Monreal “Carabina”, dejaban
cinco hijos cada uno. Justo Garijo apenas había cumplido los 15 años; lo
echaron al camión por no confesar el lugar donde se hallaba oculto su
padre.
Fue
la última gran matanza, si bien continuó aumentando el número de
víctimas. Los presos que quedaban en la cárcel fueron obligados a salir a
los frentes, y despedidos con frases como: “ojalá no volvais ninguno”.
Uno de estos voluntaríos, Joaquín Guillorme, vino con permiso al pueblo
para conocer a un hijo recién nacido. Al regresar al frente fue muerto
en las cercanías de Pamplona. Otros muchos corellanos fueron asesinados
en distintas circunstancias, entre ellos, Victoriano Alfaro, Gregorio
López, Santiago Delgado, Juan Sesma...
Las
mujeres sufrieron de forma específica la represión. Una joven que no
quiso delatar a su padre escondido fue golpeada y violada repetidamente.
A Angeles Mora, Asunción y María Garijo, Mariana Sanz, Dionisia Ruiz,
lsabel Calvo, Marcelina Sanz y otras les cortaron el pelo y alguna de
ellas tuvo que recorrer las calles a golpe de zurriaga.
Los
registros fueron incontables, muchos salvaron la vida ocultándose en
los numerosos túneles que cruzan Corella. Hasta la bandera que los
corellanos llevaron a Castejón con motivo de la Gamazada fue buscada,
con empeño y sin éxito, en las casas de simpatizantes nacionalistas. Los
maestrós Marino García y M.ª Dolores Piquer fueron suspendidos de
empleo y sueldo y Matías José Sainz y Salustiano Vidal sancionados por
sus simpatías políticas.
La
larga lista de asesinados estuvo a punto de incrementarse notablemente
cuando en el Frente Norte perdieron la vida dos jóvenes de derechas en
circunstancias confusas. En aquellos momentos se encontraban en el
“cuarto del Marqués” unos cuarenta detenidos. La reacción inmediata, sin
duda adquirida por el hábito, fue sacarlos a fusilar. Pero acudió la
Guardia civil de Tudela y evitó la saca, no sin esfuerzo e incluso
enfrentándose a los más exaltados.